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viernes, 14 de junio de 2013

“El Pueblo Maldito” de La Cornudilla

Siempre silenciosos, los pueblos deshabitados esconden entre sus ruinas interrogantes sepultados que quizá jamás lleguen a encontrar respuesta. Éste es el caso de La Cornudilla (Valencia), donde aún resiste en pie una vieja casa en la que se producían misteriosos ruidos cuyo origen sigue siendo hoy un enigma.
En la comunidad valenciana, entre las localidades de Requena y Utiel, más concretamente entre los dos pequeños pueblos de los Marcos y los Ruices, situado en medio de inacabables campos de vid, se encuentra La Cornudilla.
Los 40 habitantes de la pedanía de la Cornudilla, en Requena, tuvieron que abandonarla en los años 50 a consecuencia de una sucesión de fenómenos extraños que acontecían en las viviendas y que acabaron por aterrorizar a los vecinos.

Por su parte, M. recuerda que hubo un tiempo en el que se oían ruidos en todo el pueblo: “Parecían pasos, susurros… Incluso, alguien aseguró haber visto sombras extrañas en las casas”. Y es que, aunque la leyenda de La Cornudilla se centra sobre todo en la misteriosa casa, parece que, en un determinado momento, el pueblo entero sufrió la visita de los temidos y revoltosos “duendes”.
Todo comenzó con las habladurías entre las gentes del pueblo de que en sus casas por las noches, podían escucharse conversaciones, voces, susurros, lloros, de lo que ellos llamaban “duendes”. A veces los ruidos eran tan fuertes que las personas tenían que salir a dormir a la calle y los perros se ponían a ladrar como locos.
En ocasiones según los ancianos de los pueblos cercanos que entonces eran niños, algunas herramientas y objetos se veían sacudidos por manos invisibles y extrañas.
Pero podría considerarse que el acontecimiento que provocó el espanto y huida de las gentes del pueblo fueron los hechos desarrollados en la conocida hoy como casa de los ruidos. Ese nombre que le fue dado entonces por los lugareños, ha permanecido a lo largo de 60 años hasta hoy día.
En La Cornudilla, cuya fisionomía se ha difuminado con el paso del tiempo, resiste una modesta casa apartada unos metros del resto de edificaciones derruidas, enclavada en un campo sembrado de uvas y junto a un enorme árbol que proyecta inquietantes sombras sobre sus muros. Si se la mira desde el camino que procede de Los Ruices, parece intacta, como si los años de abandono no hubieran hecho mella en ella, pero, al observarla desde el lado opuesto, su interior queda al descubierto y se pueden apreciar sus entrañas de madera y piedra. Dentro, una escalera conduce al piso superior, el lugar de donde proceden los extraños sonidos o raps que la han convertido en famosa. Esa pequeña edificación es, según la llaman los oriundos, “la casa del ruido”, aquélla que antaño provocó el desasosiego de sus moradores.

La Casa de los ruidos comenzó a hacerse famosa debido a unos extraños ruidos que en ocasiones se transformaban en chillidos, lloros y potentes lamentos que salían de dos pozos-depósitos ubicados en su exterior.
Conceso Viana cuyo abuelo Enrique García vivió en la “Casa del Ruido” cuenta como su abuelo afirmaba que de estos pozos salían extraños ruidos así como sonidos de pesadas cadenas que golpeaban contra el suelo del piso superior.

Dentro de la casa eran frecuentes los fenómenos de poltergeist durante los cuales cubiertos y platos eran arrojados contra las paredes de la casa sin motivo aparente. El terror era tal en algunas noches y los ruidos tan fuertes que los vecinos tenían que salir a dormir a la calle.
No sólo los habitantes de la casa notaban el pesado ambiente que rodeaba la casa, sino que incluso los animales percibían lo que allí ocurría. Perros y viejas mulas estaban siempre inquietos y agitados.
Los ruidos y fenómenos extraños llegaron a tal extremo que los propios moradores, presos del más absoluto terror, se vieron obligados a dejar la casa y trasladarse a las vecinas aldeas de los Marcos y los Ruices.
Poco a poco el resto de la aldea fue abandonada, no sólo por los fenómenos vividos en la “Casa de los Ruidos”, sino porque como aconteció en muchos pueblos de España en los años 50, la población abandonaba las pequeñas aldeas en busca de pueblos con mayor expansión.

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